martes, 6 de septiembre de 2011

Dentro (2)

Cuando cruzó el umbral, sintió que una fuerza inanimada -algo parecido a una mano muerta- intentaba empujarle hacia fuera. Jack se resistió y uno o dos segundos después cesó la sensación de ser repelido. 
La habitación no era muy oscura, pero las ventanas enjabonadas le daban una blancura uniforme que desagradó a Jack. Se sentía inmerso en una niebla densa, como ciego. Flotaban amarillentos olores de putrefacción entre las paredes, cuyo yeso se convertía lentamente en un caldo nauseabundo: los olores de una vejez hueca y una oscuridad acre. Pero aquí había algo más y Jack lo conocía y temía. 
Porque este lugar no estaba vacío. 
Ignoraba qué clase de cosas podían ocultarse aquí, pero sabía que Sloat nunca se había atrevido a entrar y adivinaba que nadie se atrevería a hacerlo. El aire que respiraba era denso y desagradable, como impregnado de un veneno lento. Tuvo la sensación de que los desconocidos niveles, pasillos laberínticos, habitaciones secretas y pasajes sin salida le oprimían como las paredes de una cripta grande y compleja. Aquí reinaba la locura, campeaba la muerte y disparataba la irracionalidad. Tal vez Jack no hubiera tenido palabras para expresar estas cosas, pero las sentía... y las conocía por lo que eran. Y sabía igualmente que todos los Talismanes del cosmos no podían protegerle de ellas. Había entrado en un extraño ritual danzante cuya conclusión -lo presentíano estaba en absoluto predeterminada. 
Sólo podía contar con sus propias fuerzas. Algo le hizo cosquillas en el cogote. Se lo tocó y dio un salto hacia un lado. Richard gimió en voz alta en sus brazos. 
Era una araña grande y negra que colgaba de un hilo. Jack miró hacia arriba y vio la telaraña en uno de los ventiladores parados del techo, enredada y sucia entre las aspas de madera dura. El cuerpo de la araña estaba hinchado. Jack podía verle los ojos; no recordaba haber visto jamás los ojos de una araña. Empezó a alejarse de ella, avanzando hacia las mesas, y la araña giró en el extremo del hilo, siguiéndole. 
-¡Maldito ladrón! -le chilló de repente. 
Jack gritó y apretó a Richard contra su pecho con una fuerza llena de pánico. Su grito resonó en el alto techo del comedor. En algún rincón de las sombras sonó un ruido hueco y metálico y algo rió. 
-¡Maldito ladrón, maldito LADRÓN! -repitió la araña y se escabulló de improviso hacia su tela, bajo el techo de chapa ondulada. 


Casa negra - Stephen King y Peter Straub

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